“ Inicié lo que apenas me atrevía a llamar una
biblioteca. Sobre un banco íbamos colocando los libros y periódicos que
podíamos conseguir. Pocos, muy pocos, pero ya tenían su lugar especial en la
clase. Me conmovía profundamente cuando uno de mis niños decía: ¿Puedo usar la
biblioteca?. Y le veía revisar ávidamente el montoncito de papel impreso que
era un tesoro y sobre todo un símbolo de otros tesoros lejanos y difíciles de
alcanzar”. Josefina
Aldecoa. Historia de una maestra. Editorial; Punto de lectura